Por Alonso Ulloa, Consejero Independiente y Miembro del Consejo Ejecutivo Nacional del IMMPC
Vivimos en un momento crítico para las empresas, los cambios tecnológicos y las expectativas cada vez más altas de los consumidores están redefiniendo las reglas del juego en todos los sectores. Las empresas que persisten en enfoques tradicionales corren el riesgo de quedarse rezagadas en un mercado que se mueve al ritmo de la innovación constante. No se trata solo de sobrevivir; el verdadero reto es prosperar en un mundo donde la disrupción se ha convertido en la norma.

Sin embargo, la realidad es que muchas empresas no planean, confiando solo en su experiencia e intuición para tomar decisiones diarias. Se atienen a lo aprendido a través de errores y aciertos, creyendo que esta experiencia es suficiente y cuando deciden planear, el esfuerzo se queda en un ejercicio que a menudo termina archivado y olvidado, sin influir en la acción cotidiana ni en la dirección estratégica de la empresa.
Este es el primer gran desafío que enfrentan las organizaciones: entender que la planeación no es un evento, sino un proceso continuo. Un ejercicio de planeación puede ser un excelente punto de partida, pero si no se lleva al siguiente nivel corre el riesgo de quedarse en eso, en un mero intento. Para que la planeación sea verdaderamente útil, debe integrarse en los procesos de la empresa. Solo así puede trascender del papel a la acción, convirtiéndose en una herramienta viva y funcional que guía cada decisión y cada paso.
Pero la verdadera fortaleza de una organización no se alcanza hasta que la planeación estratégica se convierte en parte intrínseca de su cultura. Es aquí donde radica el poder real de la planeación: cuando ya no es solo un proceso, sino un hábito arraigado en cada nivel. Cuando cada miembro del equipo, desde la alta dirección hasta los empleados de primera línea, piensan y actúan con una mentalidad estratégica, la planeación deja de ser un simple ejercicio y se convierte en la fuerza motriz que define el éxito de la empresa.
Oferta de Valor y Visión, los Ejes de la Estrategia
En el corazón de una estrategia exitosa se encuentran dos ejes fundamentales: la correcta identificación de la oferta de valor y la construcción de una visión de futuro compartida.
La oferta de valor es lo que realmente distingue a una empresa en un mercado saturado, no se trata de ser diferente solamente, sino de ofrecer algo que tenga un impacto significativo y duradero en la vida de los clientes. Esa oferta de valor debe ser clara, inconfundible, y tan poderosa que pueda ser el núcleo alrededor del cual gire toda la estrategia de la organización. Sin una oferta de valor bien definida, la empresa corre el riesgo de diluir sus esfuerzos en múltiples direcciones, perdiendo enfoque y eficacia.
Pero la oferta de valor por sí sola no es suficiente, es necesario complementarla con una visión de futuro que inspire y movilice a toda la organización. Esta visión no debe ser impuesta desde arriba; debe ser co–creada con la participación de todos los miembros de la empresa. Una visión compartida es resultado de un esfuerzo colectivo que no solo alinea a la organización, sino que le da el impulso necesario para superar los desafíos y aprovechar las oportunidades. Es esta visión la que transforma
las aspiraciones en acción y convierte los planes en realidades tangibles.
Disrupción en la oferta de valor y la visión
La verdadera fortaleza de estos ejes radica en su capacidad para ser disruptivos. No basta con identificar una oferta de valor que simplemente mejore lo existente; se necesita una que rompa con lo establecido y redefina las expectativas del mercado. La disrupción en la oferta de valor significa ofrecer algo que no solo sea diferente, sino que cambie radicalmente la forma en que los clientes perciben un producto o servicio. Este enfoque no solo distingue a la empresa de sus competidores, sino que la posiciona como líder en su sector.
De manera similar, la visión de futuro debe ser audaz y desafiante, no se trata de conformarse con una mejora incremental, sino de imaginar un futuro que rompa con el statu quo y que desafíe a la organización a alcanzar nuevas alturas. Una visión disruptiva no solo motiva a los empleados, sino que también les da el coraje y la inspiración para asumir riesgos y buscar innovaciones que pueden transformar la industria.
El futuro pertenece a las empresas que entienden que la planeación estratégica no es una opción, sino una obligación. No basta con reaccionar ante los cambios; debemos ser nosotros quienes los impulsemos, quienes diseñemos el futuro que queremos ver.
En esta nueva frontera de la planeación estratégica, el verdadero poder de una empresa no está solo en su capacidad de planear, sino en su habilidad para integrar esa planeación en cada proceso y convertirla en parte esencial de su cultura. Solo entonces, la planeación estratégica se convierte en la fuerza transformadora que puede llevar a una organización hacia un futuro de éxito y liderazgo más allá de lo ordinario.
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